Homenaje a una gran comunidad de educadoras

Jacques Grand'MaisonJACQUES GRAND’MAISON, SACERDOTE

Al comienzo de esta celebración, permítanme una pequeña nota personal. Yo soy uno más de los cientos de miles de Quebequenses que vuestra comunidad ha educado.

Vine aquí con un sentimiento de gratitud. Ustedes fueron mis primeras profesoras en la escuela: hermanas Marie-Lazare, Marie-Anne Florence de quienes guardo lindos recuerdos.  Hay que creer que hubo ya allí, una semilla de mi propia vocación. En la Biblia y los Evangelios, Dios nos dio todo en semillas para hacerlo fructificar con inteligencia, fe y valentía. ¿Acaso no son esos los valores y el carisma de vuestra gran comunidad? Ustedes no son sólo testigos y actores de lo mejor de nuestra historia. Ustedes son una semilla de futuro en una sociedad que, desgraciadamente, demasiado frecuentemente se conjuga sólo al presente. Ustedes no son “dos de pica” sino “as de corazón”. Hay que dar gracias al Señor por lo que han sido, por lo que son y por lo que serán eternamente para nosotros, sus hijos e hijas espirituales.

Homilía

El cierre de ese campamento de verano es otro grano de semilla que muere en tierra. Semilla de hermandad evangélica. Semilla de interioridad. Jesús se retiraba en la montaña y ustedes en el jardín secreto de vuestra mística comunitaria. Tiempo espiritual ajeno al mundo, entre dos tiempos de presencia, de tareas culturales y evangélicas en este mundo. Es sobre esas dos vertientes que yo quiero meditar con ustedes un momento. ¿Se han dado cuenta que en el Evangelio no hay productos terminados? ¡Todo nos está dado en semillas!

Permítanme otra vez una nota personal que las invita a retrazar la propia. El clérigo, que es mi familia espiritual, está moribundo. Mi parroquia también se vacía año tras año con la partida de los practicantes de mayor edad. Aparentemente, yo celebro bautizos y matrimonios sin continuidad. Y además, se me pide dejar el obispado en donde trabajo después de 50 años a causa de nuevas disposiciones, comprensibles, que yo acepto.

Sin embargo, más que nunca, yo vivo intensamente mi vocación con mucha alegría. Vivo mis tareas, mis ministerios, mis encuentros como semillas, en el inicio del camino, para retomar una expresión alegre de Jesús. Incluso de sus fracasos él hizo semillas de eternidad. En el vasto imperio romano de su tiempo, Jesús era casi nada y su muerte precipitada iría a adicionarse al final abrupto de su  misión. A los peregrinos de Emaús, él dirá que ellos también deberán pasar por ahí. Nosotros también, yo también, ustedes también. ¿No dijo él lo mismo a sus discípulos sobre el monte de la transfiguración, del cual vuestro campamento en la montaña es una figura simbólica de pasaje? Hay que levantar el campamento, le dice él a Pedro que quería instalarse allí. Hay que descender a la ciudad para vivir la muerte y la resurrección, sin olvidar el relámpago de luz inefable del gran amor que nos espera, como lo decía tan bien San Juan de la Cruz.

Pero este Evangelio pascual es inseparable del Evangelio de la semilla como dinámica permanente. Siembra hijo mío, hija mía, yo haré el resto, nos dice él. Pequeña semilla de pequeñas palabras, de pequeños gestos, de pequeñas plegarias, de pequeñas cosas que él transforma en semillas de eternidad, he ahí la segunda vertiente.

¿Cuál es el vínculo entre las dos vertientes de nuestra vocación evangélica? El poeta filósofo Bachelard decía lo siguiente: “No es a plena luz sino al borde de la sombra que el rayo, refractándose, confía sus secretos”. Al principio del Evangelio de Lucas, el ángel le dice a María: “El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra de donde nacerá la luz para iluminar el mundo”. Estamos aquí en la fuente mística de la vocación de Jesús y de María, pero también en la nuestra. Más particularmente en el origen de vuestra vocación de mujer consagrada, llamada a una misteriosa fecundidad en un mundo hecho de sombra y de luz.

Es tanto en nuestra humanidad más profunda como en nuestras rutas vocacionales o como en la revelación de Dios, que todo se juega bajo un modo claro-oscuro. De una parte Dios nos ha llamado, de otra, nosotros hemos decidido volvernos religiosos, religiosas o sacerdotes. La vocación es a la vez, misteriosamente, un llamado de Dios y una decisión plena y libre de nuestra parte. Hay en esto una profundidad “misteriosa” de múltiples paradojas: virginidad y fecundidad; en el mundo y fuera del mundo; a la sombra de la intimidad de Dios y al servicio de la luz del mundo.

Lo que siempre me ha fascinado en vuestra comunidad es vuestra manera única de traducir no solamente las paradojas del Evangelio, sino también las de la vocación religiosa. Sí, esa manera única de conjugar las tareas más materiales y las más espirituales, las más seculares y las más religiosas.

¿No es acaso ese uno de los más grandes desafíos que vivimos actualmente? Ustedes no han cesado de ser una figura, un signo concreto en donde se modulan las humildes tareas de la sombra y las tareas proféticas de la luz. Todo eso se encontraba como germen en vuestra fundadora. Ese toque a la vez secular y religioso, ese realismo del pan y esa profundidad de alma, de un extremo al otro de la vida de Raquel, Magdalena, Antonieta, Yvette, Alicia y todas ustedes. Hay cosas que no mueren, que atraviesan la muerte con un germen de resurrección a la hora y bajo la forma que Él querrá.

Nuestras vocaciones conocen un tiempo de sombras. Ustedes conocen el secreto escondido, como ese tesoro escondido del Reino en este mundo. El Espíritu trabaja en la sombra como la levadura escondida en la masa. Jesús vino durante la noche a este mundo. El Resucitado surgió de la sombra de la muerte. La sal de la tierra no actúa de otra manera que perdiéndose en los alimentos terrestres.

Existen, en vuestra comunidad, seculares religiosas y religiosas seculares, Martas-María y Marías-Marta. Es vuestra identidad única, inclasificable y, al mismo tiempo, en posesión de lo más fundamental del Evangelio.

Ustedes son a la vez una humilde y gran comunidad, como Jesús de Nazaret hecho Cristo Señor, como María del pesebre y del sublime Magníficat, como los modestos apóstoles y el gran San Pablo. Es lo que yo he venido a celebrar en ustedes.
Yo no soy más que un eco de Jesús de Nazaret, compañero de todas las rutas humanas, que debe amarlas locamente. Ustedes han esposado su Evangelio de manera fiel, y han sabido ser sal de la tierra, sombra de Dios escondida en la vida secular, luz del mundo. Al borde de vuestros 40 a 50 años de vida religiosa, de esperanza tenaz y siempre emprendedora, ustedes nos recuerdan que, a fuerza de fe y de Evangelio, la vida es larga y difícil, pero es una apasionante ruta hecha de sombra y de luz, de muerte y de resurrección, de lucha por el pan y de fuerza de alma. En resumen, una formidable aventura que lleva a la cita última con Dios.

Como Jesús, al principio, nos investimos en roles que juzgábamos importantes. Teníamos el sentimiento de hacer milagros. Después, llegaron las sombras, señales de nuestros límites y nuestras pruebas, etapas en donde uno es llevado a una operación de verdad sobre sí mismo, sobre su vocación, y todo eso en el desierto de la sombra, de la soledad, del abandono. Condición para encontrar al Dios escondido y su intimidad que nos toma bajo su sombra para abrirnos a lo imposible, tal como le decía el ángel a la Virgen María. Condición para nuevas fecundidades, para lo inesperado de nuevas resurrecciones que el Hijo del hombre no sabe ni la hora, ni el lugar, ni el cómo.

Nuestra Iglesia, vuestra comunidad, nosotros sus discípulos, vivimos presentemente esa época de sombras. ¿Sabremos ver el preludio del resurgimiento de una nueva Pascua, de otro Pentecostés? El velo del templo se desgarra para hacer pasar la luz del Resucitado en pleno mundo, en nuevos caminos desconocidos.

Ha ahí nuestra apuesta de fe y de esperanza. Nada, absolutamente nada puede separarnos de esta promesa ya cumplida en el Resucitado, primer nacido de una tierra nueva, de cielos nuevos, que nos lleva hacia su luz. Luz que pasa siempre por la sombra del misterio de nuestras vocaciones singulares, de nuestros proyectos más queridos.

Jesús conoció el fracaso de su proyecto. Es del Otro que vino la Luz de un proyecto diferente. Pero su Resurrección no borró para nada las huellas que dejó sobre esta tierra. Él nos dijo: Yo necesito de vuestros 40-50 años de servicio fiel para hacer semillas de resurrección. Yo tengo aún necesidad de ustedes para proseguir vuestras huellas y vuestras semillas de fe y de humanidad. Si están aún ahí, es que aún tengo necesidad de ustedes”, les dice él esta mañana.

Nosotros también tenemos necesidad de ustedes. Más por lo que son que por lo que hacen. Tengo dudas al hablar en estos términos porque, en vuestra comunidad, ustedes no han jamás separado la luz del ser y la ruta del hacer, tal como el Dios de Jesús, como las plantas perennes que, incluso transplantadas varias veces, encuentran sin cesar una nueva vitalidad.

Como esas plantas perennes casi inmortales, yo les deseo de florecer una y otra vez en gracia, en plegarias, en belleza de alma. De esa belleza del Dios vivo que no envejece y que nos insufla una juventud eterna como en la mañana del mundo, come en el alba de la Resurrección, como el Reino de Dios siempre a la obra en medio de nosotros, esperando la cita decisiva.

Queridas hermanas, ustedes son hermosamente de esos seres de gracia a través de los cuales Dios no cesa de amarnos, nosotros vuestros hijos e hijas intelectuales y espirituales.

Y para el resto,

¡Qué sea la gracia de Dios!

 

 

photo : Université de Montréal
Jacques Grand'Maison

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juin 2006
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Congregación de las Hermanas de Santa Ana