Mis Hermanas de Santa Ana

Lise PayetteLISE PAYETTE

A lo largo de toda mi vida le he repetido a quien quisiera escuchar, todo lo que le debo a las Hermanas de Santa Ana. Sin ellas, yo no sería lo que soy ahora. Para bien y para mal.

Yo nací en San Henri, un barrio obrero bien conocido de Montreal. Yo tuve la suerte de nacer en una familia honesta, en la cual se cultivaba una bella libertad de pensamiento rara para la época. Eso fue muy importante, porque en una familia menos honesta yo habría quizás mal funcionado.

Yo hice todos mis estudios en las Hermanas de Santa Ana. Ellas eran las únicas a dispensar el saber en medio obrero. Ellas se preocupaban de enseñarnos a leer y a escribir el francés correctamente y a contar en ese mismo idioma. Ellas se daban el tiempo de estimular nuestro cerebro y de formar nuestro espíritu y nuestro juicio. 

En un barrio en donde se valorizaba la sumisión, ellas estimulaban la rebelión. No aquella de la calle y de las manifestaciones, sino la de la inteligencia y la del corazón. Ellas me enseñaron que yo podía ser lo que yo quisiera en la vida y que ninguna barrera sería demasiado alta para pasarla. Yo les creí.

Me acuerdo particularmente de algunas de ellas, las que me acompañaron en mi descubrimiento de la vida con sus bellezas y sus miserias, las que me impulsaron delante de la escena susurrándome que “yo era capaz”, las que me dieron confianza en mí cuando lo necesité con mayor intensidad.

Un día, cuando yo era Ministro, ellas se presentaron delante de mí en Comisión parlamentaria para solicitar una enmienda a su ley constitutiva, lo que estaba bajo mi responsabilidad. Fue la única vez que cedí a un lobby. Yo les habría dado la luna si me la hubieran pedido, porque es lo que habría permitido pagarles un poco todo lo que yo les debía.

Mi gratitud les es eterna

 

 

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©20 de Febrero del 2006
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Congregación de las Hermanas de Santa Ana