Una mujer comprometida

Mère Marie-AnneEsther Blondin, una mujer de audacia, le abre a otras el camino de una militancia temeraria y subversiva. Analfabeta a 20 años, a los 39 ella funda una comunidad de educadoras.

     En la historia de Quebec, en el siglo XIX, sobre un fondo nacionalista coloreado por la economía social, las mujeres de aquí diseñan las vías comprometidas para la gente del lugar. Una de las secuelas importantes de la dominación británica fueron la esclavitud y asimilación potenciales de los francófonos. El camino más seguro: eliminar las escuelas francófonas católicas confiándolas a los encargados protestantes de la Insurrección Real. En consecuencia, eliminar el acceso a la instrucción de los francófonos.

     Ser pobre es antes que nada estar privado de institución, la vía más segura para excluir a alguien de las relaciones sociales, culturales, económicas y políticas. La historia de vida de Esther Blondin nos recuerda esa época que hizo surgir en ella el deseo de aprender por ella misma y enseñar en las escuelas de fábrica puestas en marcha aquí y allá por los párrocos de parroquia. “Ella quería actuar para transformar esa situación” se escribirá a son sujeto.
Compasiva, ella acaba de comprometerse.

     Tercera de doce hijos de una familia rural, Esther Blondin nació en Terrebonne de padres analfabetos. Aún analfabeta a los 20 años, ella evoca en lo profundo de su ser su sueño de enseñar un día. Su trabajo como doméstica en las hermanas del pueblo – las hermanas de la Congregación Notre-Dame – atiza sus ambiciones. Durante los momentos libres a través de sus horas de trabajo, Esther aprende a leer y escribir tomando cada vez más consciencia de la exclusión de casi toda la gente de su país que, como ella, no tienen aún acceso a la instrucción. Ella misma excluida, se encuentra a los 22 años en medio de niños pobres frecuentando asiduamente las clases del convento.

     Después de un ensayo de vida religiosa abortada, Esther continúa tomando consciencia de la amplitud y profundidad del drama de la ignorancia. A pesar de una salud delicada, ella avanza sobre el camino de los excluidos al aceptar ir a enseñar a la Academia de Vaudreuil. Allí ella tomará la medida colectiva y social de esta exclusión. Instintivamente ella comprende que la acción individual es insuficiente y que se vuelve indispensable asociarse a otros, apoyarse en comunidad. Ella reúne rápidamente algunas maestras auxiliares. Ese sentido innato de la fuerza colectiva la llevará a fundar una comunidad consagrada a la enseñanza, a pesar de la poca instrucción que ella y las otras poseen. Sin decirlo en los términos actuales de “justicia social” o de “economía social”, Esther, convertida en líder, presidente de una fraternidad de jóvenes mujeres, las “conduce a aliviar las viudas y los huérfanos del tifus, los cesantes, los desalojados, los campesinos desarraigados y las familias desarticuladas por los trastornos sociales”. Responsable al mismo tiempo de la formación de las maestras del campo, ella no se deja distraer de la urgencia de instruir los campesinos francófonos de ambos sexos de Québec. Su sueño crece aún más para desbordar hacia tierras lejanas. La comunidad de enseñanza que ella funda nace por lo tanto de un compromiso profundo permanente que la llevó a solidarizar con los “excluidos del conocimiento” sobre todo en vista de su liberación, del respeto de sus derechos y de su dignidad. ¿Puede uno entonces sorprenderse que sus hijas – las hermanas de Santa Ana – abrieran su colegio clásico en el centro de la Petite Bourgogne (Pequeña Borgoña), en plena crisis económica, el 8 de septiembre de 1932?

Foto : J. Léveillé
Madre Marie-Anne en torno a los sesentena años. A pesar de los retorques, esta imagen da prueba de la serenidad de la fundadora.

 

 




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